domingo, enero 25

De Acá Nomás

Arila podía sentir el fresco del mármol en sus piernas y en su espalda. Su horizontalidad la abstraía de todo bullicio y la transportaba lejos. Pateaba, él pateaba como si no se enterase que afuera había un mundo lleno de mierda por donde se pise. 
Hacía calor. Demasiado. Arila se incorporó y manoteó un pedazo de pan sucio de su bolsa con el que se atragantó del hambre que le había venido. La panza estaba cada vez más redonda, pero era ya parte de ella. Los ojos gigantemente verdes se le iban de sí y se dejaba arrebatar por una pequeña somnolencia  que la hacía caer un poco e incorporarse al instante. Ya se había olvidado de lo que era pensar. Ella sólo descansaba su cuerpo doble para que el tiempo pase y entonces seguir esperando que el tiempo pase. 
Sus diecinueve años y su belleza tan pura hacían poco creíble el hecho de que les interesara tan poco a sus padres su huida. Pero ahí yacía ella, toda embadurnada de cualquier sustancia y sin rumbo alguno. 

A la vuelta ocho Juanes se sentaban en un bar frente a su laptop y tomaban un licuado de alguna fruta exótica. Escribían historias de un mundo fantástico, que luego serían publicadas por alguna editorial mediocre con el fin de recibir algún dinero. Les encantaba charlotear por cualquier medio y nunca vivían de menos. Ocho Juanes diferentes pero del mismo calibre se incrustaban en la tarde de ese bar. Y no miraban nunca al costado.

Arila se levantó definitivamente de ese hall, tomó su bolsa de comida a medio romperse y caminó el atardecer del infierno gris hasta alguna otra parada donde parar de sentir por un rato más.