Había una vez un niño redondo de ojos muy lastimados a quien mandaron al mundo imaginario por pagar culpas de sus padres. En ese mundo encontró a una niña envuelta de desdicha que hacía tiempo estaba escondida tras un árbol gris. La niña era hermosa.
El niño, que no entendía el error que la había trasladado a ella hasta allí, decidió mirarla hasta cansarse. No se cansó, y visto ésto no tuvo otra opción que desanimarse y hacerse el indiferente.
Eran tan iguales y tan extraños...
La niña jugaba a no enterarse. Se sentaba en algún escalón y lo ignoraba hasta la hora de dormir.
Una noche el niño le regaló su sueño en secreto sin pronunciar palabra. Fue la complicidad más sutil lo que los unió entonces.
A la mañana siguiente la niña partió de ese mundo. Lo despidió con besos y caricias de cabezas.
El niño lastimado de ojos redondos lloró. Y por las noches no volvió a dormir.
La niña sabía que lo esperaría quince días o una vida. Del mundo imaginario siempre se debe salir.
De "El mundo imaginario", por Alumbra