sábado, febrero 20

Todas las historias pasado


Ella tenía una vincha de flores. Él las miraba a ambas y acercaba con cuidado su muslo al de ella. Observaba su lengua pasar entre gotas de helado derritiéndose y pensaba que seguramente el helado estaría sintiendo lo mismo que él en ese instante, pero con más suerte.

Ella reía, sin razón, o al menos él no había encontrado razón alguna para reír tan gigantescamente blanca, pero sí para mantener sus labios entreabiertos sin dejar que se cuele nada. La boca, las comisuras... eran su espasmo: arriba, abajo (línea invisible besable). Y entonces su lengua otra vez, pasando por ellas como limpiándose avergonzada.

Ella apoyaba su mano libre arriba de la mesa, enseñando anillos de todos colores. Él giraba sus anillos encontrando formas y dibujos en cada movimiento, sin sentir sus dedos. Pero la piel... lo llamaba a gritos y él no reparaba en más que en sus uñas tan frágiles.

Ella terminó su helado. Se levantó de la silla y le hizo un ademán. Él la siguió, lejos, muy lejos.

De a poco gotas de lluvia iban chocando solamente en el sitio exacto donde habían posado esa tarde, y rebotaban contra la mesa, hacían ruido en la silla inundando todo... Y entonces el techo no fue más techo sino cielo; y la silla no fue más silla sino pasto; y el atareado shopping se hizo parque verde. Y así verdes, ellos se volvieron árboles y quedaron enraizados, hasta el sol.

Y entonces sol. Y una chica, que se sienta a orillas de dos árboles con flores en el pelo, y un chico que las mira a ambas, y observa su lengua pasar entre gotas de fruta desangrándose y piensa que seguramente la fruta esté sintiendo lo mismo que él pero con más suerte. Y un cuaderno imaginario entre sus manos que garabatean: lengua, flor, mano, fruta, árbol, letra.



No vas a ser más que hoy.

entreteneme, entonces
dibujame la gracia
causame estruendos
haceme correr por los olivos
mirame, sol, mirame
que me hielo si no
- estalactita -

Sacame la ropa
Secame la piel
y el alma, también afuera
Sacame
sonrisas
fotos
de quicio

que quiero enloquecer
por lo que sea que estés
no dejes de llenarme.

Y después,
susurrame al viento
desde lejos, como para que
a penas pueda distinguirte

y permanezcas en mí
como un atardecer naranja.


miércoles, febrero 17




Ella era implacable pero hermosa. Imperfecta pero sabia. Generosa abrazaba lo eterno; sabía quitar penas y echarlas al viento, reverdecer lo más hondo.

Ella era la caja donde puse lo hallado, el rincón de uvas sabrosas. Lo que le pedía me daba, y felicidad, felicidad, felicidad...

Su muerte lenta y pesada aún me acosa por los pueblos y no puedo secarme ante una, dos estrellas. La necesito, me desgarro. Y aunque sé, ya no es mía, quiero volver a ella.

(a las dos manzanas de pasto)